martes, 20 de diciembre de 2011

Un cristiano que no ora es simplemente una contradicción. Como el niño que nace muerto es un niño muerto, un creyente profeso que no ora está desprovisto de vida espiritual. 

La oración es el respirar de la nueva naturaleza del creyente, como la Palabra de Dios es su alimento. Cuando el Señor dijo al discípulo de Damasco que Saulo de Tarso se había convertido de veras, le dijo: «He aquí, Saulo ora» (Hechos 9: 11). En muchas ocasiones el altivo fariseo había doblado sus rodillas ante Dios y había cumplido sus «devociones», pero esta vez era la primera vez que «oraba». 

Esta importante distinción debe ser subrayada en este día de fórmulas sin poder (2 Timoteo 3:5). Aquellos que se contentan con dirigirse a Dios de modo formal no le conocen; porque «el espíritu de gracia, el de suplicación» (Zacarías 12: 10), no se separan nunca. Dios no tiene hijos en su familia regenerada que sean mudos. 

«¿No vengará Dios a sus escogidos que claman a El de noche y de día?» (Lucas 18:7). Sí, «claman» a El, no meramente «rezan» sus oraciones.